La opinión ajena
El viejo labrador salió de la chacra.
-Vamos, hijo. Vamos al pueblo. Llevaremos al burro para cargar las compras.
Camino del pueblo encontraron a unos vecinos que comentaron:
-Vaya un par de tontos... Teniendo buena silla van de a pie.
-¿Oíste? -preguntó el padre-. ¿Qué te parece?
-Molesto pero cierto.
-Bueno, monta entonces.
El chico obedeció. Más allá se toparon con unos desconocidos. Uno de ellos dijo en alta voz:
-¡Miren al muchacho! Él montado, y el pobre viejo a pie.
¡Qué descaro!
-¿Oíste? -interrogó el padre.
-Sí. Lamentablemente creo que tiene razón.
Se apeó entonces y dejó el lugar al padre.
Algo más adelante se cruzaron con nueva gente.
-¡Qué padre desnaturalizado! -exclamó una mujer-. Él sobre el burro, y el chiquilín de a pie... ¿eso es cuidar a los hijos?
-¿Oíste? -preguntó el padre.
-Sí. No me gusta que te critiquen.
-Entonces monta a la zaga. De esta manera ya nadie podrá hacerlo.
Pero al llegar a las casas pasaron entre un grupo de pueblerinos. Entre carcajadas, comentó uno:
-¡Vean! ¡Vean! ¡Dos caballos sobre un burro! ¡Pobre animal! Le doblarán el espinazo...
-¿Oíste?
-Sí, padre.
-¿Qué piensas?
-Que es imposible dejar conformes a todos.
-Entonces, aprende:
Busca sólo obrar bien,
porque a la gente
no hay Dios en este mundo
que la contente.
Elena Ianantuoni de Orlando
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